Aveces tenemos oportunidades que no podemos dejar pasar, estas oportunidades vienen casi siempre disfrazadas o con un monton de obstáculos que hacen que no se puedan ver o que nos desanimen, pero déjame compartirte la historia de un hombre llamado Bartimeo. La cita que te daré en esta ocasión está en Hebreos 3:15 y dice así:
Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones.
Bartimeo era ciego. Mendigaba al borde del camino por donde Jesús avanzaba con una gran multitud. Al escuchar que Jesús pasaba, Bartimeo exclamó: “Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí”. Muchos querían que callase, pero él clamaba aún más. Por supuesto, Jesús lo oyó, se detuvo y le dijo: “Vete, tu fe te ha salvado. Y en seguida recobró la vista, y seguía a Jesús en el camino” (Marcos 10:52). Para Bartimeo, este paso de Jesús cerca de Él era verdaderamente la oportunidad que debía aprovechar. Si hubiese esperado algunos minutos más, o si se hubiese dejado desalentar por la multitud que quería impedirle llamar a Jesús, habría perdido definitivamente la ocasión. Jesús nunca más habría pasado cerca de él, porque iba camino a la cruz. Algunas oportunidades se presentan una sola vez en la vida. Hay que aprovecharlas, porque una ocasión perdida siempre es una fuente de pesares que nos priva de la bendición. Estemos atentos en particular a los llamados de la gracia de Dios. Él es paciente, pero imaginarse que habrá otras posibilidades de convertirse es una trampa fatal. El tiempo pertenece a Dios; para nosotros pasa y no vuelve. La Palabra de Dios nos urge a encontrar al Señor sin tardanza, porque estamos perdidos. Encontrar a Jesús es, primeramente, creer su mensaje para tener la vida eterna, y luego escucharle cada día para servirle con fidelidad. Cada invitación para acudir al Señor siempre tiene un carácter de urgencia, porque puede ser la última.
...Venid a mi los que esten cansados y cargados que yo los hare descansar.
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